
Andy Warhol, la figura más representativa del arte pop, empezó su carrera en torno a 1960, readaptando en grandes dimensiones viñetas de cómics norteamericanos. En seguida cambió sus temas y durante los años siguiente produjo importante series pictóricas con figuras muy reconocibles en el ámbito de la cultura de masas: Elvis Presley, la botella de Coca-Cola, Liz Taylor, la lata de la sopa Campbell, etc. Con todos estos trabajos alcanzó una súbita celebridad, convirtiéndose en el prototipo del artista mediático de la segunda mitad del siglo XX.
Dentro de sus trabajos destaca el Díptico Marylin (1962), obra constituida por dos grandes lienzos de las mismas dimensiones (208 x 145cm), que contienen cada uno veinticinco reproducciones del rostro de Marylin Monroe. No han sido pintados manualmente por el artista, sino impresos sobre el lienzo por el procedimiento serigráfico (la misma impronta sirvió para todos los retratos). Esta pieza forma parte de una larga serie de trabajos, en los que Warhol repitió el mismo rostro de la actriz en distintos formatos y con importantes variaciones cromáticas.
Una sensación de irrealidad y de artificialidad, reflejo del modo de vida americano, mecanizado y deshumanizado, invade esta obra. El díptico presenta un curioso contraste cromático: mientras que el panel izquierdo está brillantemente coloreado, el de la derecha ofrece las imágenes en negro de la actriz sobre un fondo plateado. Los cincuenta retratos dejan en la parte inferior una tira horizontal en blanco, sin ninguna clase de representación.
La redundancia iconográfica es un recurso típico de la publicidad, pero nunca se había empleado antes en la pintura del modo como lo hizo Warhol, quien evocaba a través de ella la difusión masiva y la producción de imágenes de consumo, es decir, de imágenes vacías de contenido por su propia multiplicación e inmediatez. Los medios banalizan la tragedia convertida en noticia y hacen de los personajes públicos clichés que actúan como máscaras que encubren el personaje real. Las imágenes no encarnan a seres ni objetos, sino que son reducidas a signos y, como tales, todas son reflejo de la sociedad de consumo, estereotipos icónicos que pueblan el entorno visual. La fotografía de Marylin utilizada en esta ocasión procede de la película Niagara, un hito en la carrera cinematográfica de su protagonista.
Los dípticos eran frecuentes en la pintura religiosa tradicional, de modo que adoptar esa disposición (y esa palabra) para una obra profana implicaba una cierta voluntad de sacralizar la representación. Marylin Monroe era, en efecto, la diosa más esplendorosa del panteón cinematográfico, y Warhol consideró lógico ofrecer su imagen repetida, con una reiteración que aúna la de los iconos religiosos (muy similares todos ellos) con las técnicas publicitarias contemporáneas. Cabe la posibilidad de interpretar el panel derecho como una evocación de las grisallas existentes en los polípticos bajomedievales, y la parte en blanco, debajo, como un equivalente de los bancos o predelas. Parece difícil, en fin, imaginar una sacralización de lo banal que supere estas series de Marylin concebidas por Andy Warhol.
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