El enigma sin fin es un lienzo pintado por Salvador Dalí en 1938, muy avanzada la guerra civil española, cuando ya se había hecho muy famoso un cuadro como Guernica. Aquel fue un momento de crisis ideológica para Dalí. Sus simpatías por el bando franquista contrastaban con la militancia republicana de los surrealistas y de todos sus antiguos amigos españoles. García Lorca, su compañero (y tal vez amante) de juventud, había sido asesinado por los insurgentes fascistas. Dalí renunciaba ahora a sus viejos ideales y decidía «camuflarse», haciendo de su cobardía un asunto artístico. No es casual que la contienda española y luego la Segunda Guerra Mundial acentuaran sus trabajos con la imagen múltiple.
Con Dalí se paso a la acción, la actividad onírica y el mundo del delirio se materializaron de forma tangible en el plano de la realidad, gracias a un sistema de trabajo que el pintor puso a punto, aprovechando de un modo peculiar las investigaciones del psiquiatra Lacan: el llamado «método paranoico-crítico», un método espontáneo basado en la asociación interpretativo-crítica de los fenómenos delirantes.
Al exponer El enigma sin fin en Nueva York en 1939 el pintor dibujó en el catálogo hasta seis imágenes o escenas diferentes, superpuestas en la misma representación, que era posible distinguir mediante un ejercicio «paranoico» de desciframiento consciente. El pintor identificó en su cuadro los siguientes elementos: playa del cabo de Creus con mujer sentada vista de espaldas remendando una vela y barco; filósofo recostado; cara del gran Cíclope cretino; galgo; mandolina, frutero con peras y dos figuras encima de una mesa; animal mitológico. Todas esas cosas están en un paisaje «mineral», una evocación del lejano Cadaqués. Utilizó aquí la habitual técnica relamida y minuciosa, típica de su estilo.

Se produce entonces una concatenación de las imágenes, de forma que de una escena se deriva a otra, existiendo diferentes niveles de visualización. Por ejemplo, las montañas del fondo se transforman en la figura de un filósofo pensando con la mano apoyada en la cara. Dalí plasma la ambigüedad en un cuadro lleno de sombras con una gama cromática muy oscura: verdes, donde la iluminación es totalmente irreal y anti-naturalista, y además nocturna, lo que ayuda a que el verismo de las imágenes se transforme en visión fantasmagórica irreal y no sepamos en que universo nos movemos.
Asimismo, esta obra encierra en sí misma diversos significados. El «cretino» es, en realidad, un retrato disimulado de Federico García Lorca: al colocarlo debajo del galgo bien pudo aludir Dalí a Un perro andaluz, la película cuyo guión había escrito en 1929 con Luis Buñuel. El cuadro es una obra maestra en la aplicación del «método paranoico-crítico» (la imagen múltiple), pero también supone una especie de insulto privado a su amigo más querido, algo así como un escupitajo sobre su tumba. Se diría que el pintor catalán escenificó en El enigma sin fin una especie de ruptura con su pasado «revolucionario», afirmando a su manera que no habría ya para él otro ideal que no fuese su amor por Gala, cuyo rostro aparece a la derecha, mirándonos intensamente, como si flotara sobre el mar.
Dalí no se desprendió de este cuadro, que ha pasado al Estado español por legación testamentaria, encontrándose ahora en el Museo Nacional de Arte Reina Sofía de Madrid.
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